Real Orden de Caballeros de Santa María de El Puig

 

 

 

Manuel Fraga dimitió como presidente de Alianza Popular en 1986. A su espalda, Alberto Ruiz-Gallardón

 

 

 

Por delante de los tiempos; por Alberto Ruiz-Gallardón

 

 

            Una mirada con cierta perspectiva sobre la trayectoria de Manuel Fraga confirma que supo adelantarse a los acontecimientos y a las ideas políticas que, posteriormente, definirían la España plural y democrática del siglo XXI en la que hoy convivimos. Sus decisiones, con las cuales siempre fue consecuente, exigen ser evaluadas de acuerdo con el contexto social y político en que adoptó cada una de ellas. Es así, con esa audacia innata, como primero consiguió introducir cierto factor modernizador dentro de un régimen que había hecho del inmovilismo una seña de identidad, y también como homologaría la derecha española con los grandes partidos liberales de Europa, fundando una opción política que con el tiempo se reorientaría hacia el centro reformista.

            A través de sus hechos –basta repasar los grandes logros de Fraga hasta 1978– podemos comprobar que, lejos de ser un nostálgico, siempre tuvo la mirada puesta en el futuro. Su capacidad para identificar oportunidades para la modernización de España se extiende a todos los ámbitos. El turismo, que hoy constituye uno de los pilares de nuestro modelo económico, comenzó a ser un sector capaz de generar riqueza gracias a la determinación en tal sentido de Fraga. Lo decisivo de ese empeño es que, además de una extraordinaria fuente de ingresos para nuestra economía, también fue un elemento que favoreció notablemente un cambio en los usos y costumbres de la sociedad española, y con él, su progresiva apertura hacia fórmulas de convivencia democrática.

            Es lo mismo que ocurrió con la nueva Ley de Prensa que promovió en 1966. A través de ella abrió una brecha por la que el pensamiento de muchos intelectuales moderados, como aquellos que formaban parte de «Cuadernos para el diálogo», encontró su cauce de expresión y difusión. Así, las ideas sobre las que posteriormente se sustentaría la reforma política pilotada por Adolfo Suárez empezaron a penetrar y a ser conocidas en la sociedad española gracias a esa reforma que hoy puede parecer tímida pero que, como hemos comprobado, cumplió una función histórica.

            Su participación en la elaboración de la Constitución de 1978 y, sobre todo, en la construcción del consenso en que ésta se apoyó, es una contribución que sitúa a Fraga en la galería de los grandes personajes del siglo XX. Su servicio a la democracia es a este respecto inmenso.

            Partiendo de un tiempo tormentoso, y pese a las incomprensiones de uno y otro signo, supo orientar sus pasos en la dirección necesaria para lograr la reconciliación entre los españoles, asumió la difícil misión de encaminar hacia esa senda a una parte de aquellos que en principio eran más reacios a seguirla, y deja ahora como legado el partido más solvente y respaldado de nuestra democracia.

 

            Cuando se trataba de asuntos de Estado, Fraga nunca adoptó la posición que más podía favorecer su interés personal o el de su partido. Siempre antepuso el interés general, aquel que, según sus convicciones, más convenía a España. No gustaba de elegir el camino más corto o el más sencillo de transitar, sino el que, por difícil que fuera de recorrer, resultara más provechoso para todos. Y así fue como marcó el rumbo del Partido Popular hasta hacer de la formación política que él mismo fundó un auténtico partido de gobierno.


            Además de la modernización de Galicia desde la presidencia de la Xunta, que definió un modelo que conjuga de modo armónico distintos sentimientos de pertenencia, y que sobre todo llevó dinamismo y desarrollo a esa parte de España, la aportación definitiva de Fraga a nuestra vida pública es la que supuso la entrada en escena de una nueva generación en la política española gracias a la generosidad y lucidez con la que él mismo concibió ese relevo. No cabía esperar cosa distinta, sin que eso le reste un ápice de mérito, en quien hizo de la política un argumento de vida, una manera de servir a sus compatriotas y una manera de entenderse y dialogar con los más jóvenes. El desapego de Fraga respecto a lo material es sin duda el reverso de esa idea casi calvinista del trabajo, que llenaba de asombro y admiración a quienes tratábamos de seguirle el paso y que brinda al conjunto de la sociedad la referencia intachable de lo que debe ser un responsable público, un político y un hombre comprometido con el progreso de sus semejantes.

 

            Desde el domingo, Manuel Fraga forma parte de nuestra Historia –de nuestra mejor Historia– como Nación. Sin embargo, no cometamos el error de dejar su figura en el pasado. Seamos inteligentes y aprovechemos su mejor enseñanza: esa forma suya tan personal, pero de significado tan legible para todos, de ejercer la política como expresión de una irrenunciable vocación de servicio público, nacido de su compromiso profundo, sincero y sentido con el progreso de España.

 

Alberto Ruiz-Gallardón

Ministro de Justicia